Cuando, por las escaleras, iniciábamos la subida hacia el local
donde iba a tener lugar el evento, teníamos la sensación de ir traspasando una
barrera imaginaria hacia otro lugar. Las luces al pie de los escalones junto a
la de las velas que las acompañaban hicieron que en el camino hacia el 2º piso
fuese más un ejercicio de imaginación y sorpresa que el mero hecho de subir
unos peldaños. En la puerta de entrada una preciosa bicicleta antequísima nos
daba la bienvenida.
Describir las estancias no es fácil ya que el mobiliario, la
luz, la disposición de los objetos se aparta tanto de lo habitual que habría
que hacer un borrón y cuenta nueva para entender y apreciar la decoración y el
montaje del lugar. La música se encargaba de crear el ambiente preciso para envolver
a la mente y recrear la ensoñación.
Pasamos a una estancia donde nos reunimos para tomar unos
aperitivos y mientras hacíamos los saludos de rigor, me quedaba pasmado ante lo
que veían mis ojos y, confieso, no pude sustraerme a volver sobre mis pasos y
recorrer toda la casa.
Después de un emotivo recuerdo de Rafa y Manolo Barros a cargo de Íbañez, llegó el “lacón con grelos” precedido de un rico caldo gallego.
Destaco la elección del vino; empezando por el rosado afrutado de los entrantes
y terminando por el tinto del final envejecido con aromas de roble.
“Triunfaste” Juan, no podía ser de otra forma.
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